Durante muchos años fui como un loco y un descerebrado buscando por el mundo entero eso que tanto nos venden por todos lados: la felicidad.
Quería probarlo todo, visitar el planeta de punta a punta, vivir todo tipo de experiencias, consumir diferentes comidas, bebidas, productos raros, exóticos, sanos, menos insanos, relacionarme con gente de diferentes culturas y un sinfín de actividades extraordinarias que me estimularan.
Y todo esto lo hacía con el objetivo de que alguien o algo me diera la felicidad que tanto perseguía de forma acelerada y atolondrada.
La impulsividad, el mal de muchos
Todo lo hacía de manera impulsiva, rápida, de forma superficial y en ocasiones muy, pero que muy, desconectado de mí mismo. Viví al límite y con consecuencias complicadas para mi vida personal en diferentes aspectos. Iba como pollo sin cabeza dando tumbos para donde soplara el viento.
Pero después de años de constante búsqueda y de vivir un montón de experiencias que fueron excitantes, golosas y divertidas… me aparecía el vacío interior igualmente.
El vacío en el pecho
No sé bien cómo describirlo, pero es como una insatisfacción crónica interna, un malestar en el pecho que no se calma con nada ni nadie de forma sincera. Uno puede ponerle los parches que quiera, maquillar las situaciones, pero al final la herida no se cura si no se trata y si no se va al origen.
Por eso fue que un día por la mañana en Costa Rica llorando a moco tendido por levantarme una vez más con la sensación de que era un Ferrari en funcionando a todo gas sin rumbo alguno dije:
“BASTA. ME RINDO… ¿QUÉ CARAJO ESTOY HACIENDO CON MI VIDA?”.
Dejar de mentirse a uno mismo
Me cansé de buscar fuera. Empecé a sospechar que nada ni nadie podrían llenar un vacío interior. Así fue como empecé a mirar adentro, a calmarme, a ponerme el freno de mano, a vivir más presente, sin esa ansiedad enfermiza y sin ese sentimiento de que algo me estaba perdiendo. Tuve que hacer un gran ejercicio de honestidad y valentía.
Recién con el paso de los años me di cuenta de que vivía totalmente perdido y desorientado. Por más que la pasaba muy bien, comprendí que muchas experiencias eran vacías y carentes de sentido.
La felicidad se crea
Puede parecer una frase muy instagramera y cursi, pero es 100% verdad: hoy ya no busco la felicidad, la CREO yo mismo. Construyo mi propio camino acorde a lo que me llena el alma y le da sentido a mi vida.
Desde que me voy conociendo y comprendiendo algunas “reglas del juego” (de la vida), me siento más empoderado, más auténtico y verdadero conmigo mismo.
Gracias al autoconocimiento edifiqué mis valores, comprendí mis miedos, indagué en mis motivaciones, focalicé sabiamente mis deseos verdaderos y potencié mis dones y talentos con consciencia.
Una vida con sentido
Como a día de hoy sigo constantemente trabajando en mi desarrollo personal y profesional, así es como voy creando y sintiendo esa grandeza que hay en mí. Como la hay en cada uno de nosotros.
Hoy tengo claro el camino de mi vida, el que me hace verdaderamente feliz. Dejé de obsesionarme con el fin y ahora disfruto del tránsito de cada día intentando ser lo más fiel a mí mismo.
Eso sí, soy un humano más de este planeta y tengo mis incoherencias, mis días oscuros, hago mis cagadas y me pongo inestable emocionalmente por momentos. Pero ya no me juzgo ni me culpo por ello. Las vivo, las siento y las transformo con algo más de sabiduría personal.
Como dijo Shakespeare:
“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”.